El nacimiento de Arturo de Bretaña, como el de todo gran héroe, se narra en una historia maravillosa: Úter Pendragón,
rey de Bretaña, se enamora de Ygerna, esposa de uno de sus vasallos,
Gorlois, duque de Cornualles. Aunque la dama no presta atención al
cortejo del rey, Gorlois decide evitar problemas y alejar a su mujer de
la corte y ambos se retiran al Tintagel, castillo inexpugnable ya que
se encuentra colgado al borde mismo de un desfiladero en el último
extremo de la costa de Cornualles. Úter, decidido a conseguir a Ygerna,
inicia una guerra contra su vasallo, pero ésta se prolonga
indefinidamente y el rey desespera por obtener a la mujer tan
ferozmente deseada; entonces, ayudado por la magia de Merlín –mago y
profeta si los hay–, una noche en que el duque ha salido a la batalla,
es envestido con su apariencia, entra al castillo y engaña a Ygerna
consiguiendo entrar a su lecho. La dama concibe a Arturo esa misma
noche. Un poco más tarde, el duque de Tintagel muere y Úter Pendragón
puede casarse con la viuda. Sin embargo, la concepción de Arturo
–misteriosa hasta para su propia madre– evita que el trono de Bretaña
pueda ser trasmitido sin problemas y el niño es criado por el caballero
Antor que desconoce el origen real de Arturo.
En Carleon, la Ciudad de las legiones, ante una asamblea de barones que buscan al legítimo heredero al trono de Bretaña, Arturo –un
muchacho de apenas quince años– le da vida a una profecía y saca la
espada –espada de Dios, espada de reino, espada del signo–
profundamente hincada en una piedra. Es el inicio de la unificación de
la isla y el principio de la carrera heroica que llevará a la
edificación de un reino glorioso en el que la justicia, el valor y la
cortesía tendrán un lugar destacado. Y se está escribiendo una de las
historias más emocionantes de la Edad Media y de todas las que se han
contado jamás.
Llegado a la edad de ser armado caballero, Arturo, junto con Kay,
su hermano de leche, acude a una reunión donde se discute la sucesión
de Úter. La providencia se ha encargado de terminar con la indecisión y
los barones han aceptado que aquel que consiga sacar una espada
profundamente clavada en una piedra aparecida misteriosamente será el
nuevo rey. Aunque todos los caballeros lo intentan, sólo Arturo es
capaz de la hazaña. Sin embargo, su origen sigue siendo oscuro, muchos
nobles se niegan a reconocerlo como rey y es así como el joven soberano
debe iniciar su reinado con la guerra necesaria para imponer su
soberanía. Junto con estos problemas internos, Arturo debe hacer frente
a los intentos de invasión que sufre la isla.
Luchando
contra romanos, sajones y gigantes Arturo va prevaleciendo como gran
guerrero y como rey generoso y sin tacha. En estas batallas, con la
ayuda de la espada Excalibur -que obtiene de la Dama del Lago
y no es la de la piedra, es la de la soberanía, la del segundo pacto-
el rey logra salir triunfante y garantizar la supremacía de su reinado e
imponer respeto a sus vecinos, pero ya ha trascurrido su juventud.
Una
vez apaciguado el reino y sometidos los rebeldes, Arturo se casa con
Ginebra, la hija de Leodegán de Carmelida, un rey aliado, y se establece
en Camelot para dar inicio a un período de paz y abundancia en el que
se crean las condiciones para que florezcan las aventuras más
fantásticas y tengan lugar las hazañas más gloriosas. Dote y herencia de
Ginebra, en la corte de Arturo se funda la Tabla Redonda, reunión de
los mejores caballeros que se sientan todos por igual para compartir las
aventuras. El papel del rey deja de ser protagónico, mas las aventuras
no escasean. Son las andanzas y hazañas de los caballeros que forman
la corte –y que recorren el mundo, se internan en el bosque, defienden
vados, salvan doncellas, matan gigantes, se enamoran de hadas y
deshacen entuertos, todo esto buscando fama y renombre para ellos, sus
damas y su rey–, las que contribuyen al engrandecimiento del reino y a
forjar su leyenda. La fama que alcanza la corte artúrica es tal que se
convierte en el centro que atrae a su entorno a los más destacados
caballeros del mundo –como Lancelot, Tristán o Percival– que
incrementan ese renombre con sus hazañas y protagonizan historias que
difunden los ideales de la caballería sostenidos por Arturo: el valor,
la cortesía, la protección de los débiles, la justicia y el honor
caballeresco.
Sin
embargo, en medio de esta calma que sólo se veía turbada por los relatos
de las empresas caballeresca y las aventuras feéricas, empiezan a
ocurrir los hechos milagrosos que presagian al Santo Grial. Es el
principio de una crisis en la cual se cumplen viejas profecías y
aparecen signos inequívocos de la decadencia, la corte entera parece
enloquecer y, arrastrados por el destino, emprende la búsqueda de este
objeto maravilloso que finalmente será hallado por Percival y Galahad.
Pero el equilibrio que sostenía al universo artúrico se ha roto y las
bajas de la Tabla Redonda se cuentan por decenas, los caballeros han
perdido en la queste no sólo años y vidas, sino muchos de sus ideales y
certidumbres. En este mundo ya desgastado y melancólico, la relación
adúltera de Ginebra y Lancelot -el mejor y más galante
caballero del mundo- provoca que la corte se divida en facciones que
apoyan o no a éste último y enfrenta a sus seguidores con el bando que
comanda Gawain -el sobrino mayor de Arturo y su
heredero. El enfrentamiento entre los dos caballeros emblemáticos de la
corte se inicia y cimbra los cimientos de la paz artúrica. El
conflicto propicia un agudo debilitamiento del reino, nuevas guerras y
sitios, y abre la puerta para que Mordred, hijo incestuoso del rey, intente, en una ausencia de éste, tomar el control del reino y apoderarse de Ginebra.
Finalmente,
cuando Arturo vuelve de sus enfrentamientos con Lancelot, y con Gawain
herido mortalmente, debe afrontar este nuevo conflicto bélico, mucho
más sangriento y cruel. Es la guerra que anuncia el final del mundo
artúrico y termina con la batalla de Camlan, donde la flor y espejo de
la caballería –los muy nobles y valientes caballeros de la Tabla
Redonda– desaparece tratando de ayudar a su señor que, a pesar de todo
esfuerzo, también cae a manos de Mordred, el traidor a quien el rey
consigue matar ya en plena agonía. A pesar de que Morgana y
las otras hadas de la isla llegan por el herido Arturo y lo conducen a
Avalón -donde, según algunos, aún permanece esperando para regresar en
el momento en que Bretaña más lo necesite–, con este episodio se ha
cerrado el telón sobre Camelot y junto con él ha terminado la utopía de
un mundo en el que era posible creer en la justicia, el amor, los
ideales intachables, la cortesía y la valía personal que se alzan por
encima de los intereses mezquinos y los miedos. Así, en medio de una
traición y con un baño de sangre, se termina el período más glorioso de
la caballería y sólo su recuerdo permanece para aportar esperanza y
deseo de emulación a las siguientes generaciones.
Los
hechos del rey Arturo se ha narrado en textos y documentos de
diferentes géneros, desiguales propósitos y variadas épocas; en ellos
encontramos que Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda no son
siempre los mismos ni se comportan igual. Muchos relatos añaden datos,
cuestionan o niegan episodios, interpretan motivaciones e incluso se
contradicen, pero todos ellos están de acuerdo en algo: la historia de
Arturo de Bretaña es una historia que merece ser contada.